Tan solo algunas décadas atrás, ciertas imágenes hubieran sido impensadas. La Sagrada Familia desbordada de gente, los canales de Venecia azotados por las olas que produce el paso continuo de las lanchas, las calles del barrio de las geishas en Kioto cerradas a causa del asedio de los turistas. Antes viajar no implicaba convivir con multitudes ni hacer cola para todo. Antes, cuando no había tantas facilidades, aerolíneas ni afán por recorrer el mundo, cuando no era cuestión de masas, el turismo era una industria un poco más apreciada. Sobre todo, en las grandes ciudades.
Estos tiempos, en cambio, son testigos del turismo excesivo. Uno que llevó recientemente a residentes de Barcelona a protestar contra los visitantes arrojándoles agua. Y que promete seguir sumando episodios en el futuro a menos que los gobiernos comiencen a tomar nota y acción.
Reacción local
¿Y a qué se debe la protesta? A mucho más que largas colas en los museos o restaurantes. En algunas de las ciudades más turísticas del mundo, los residentes ven afectada su vida cotidiana en todo tipo de frentes. La suciedad en las calles, el aumento del tráfico y el encarecimiento de los servicios y la vivienda, con propiedades que resultan más redituables en Airbnb que destinadas al alquiler tradicional. Esto son algunos de los puntos más fuertes y reiterados. Los dos últimos, por ejemplo, fueron el motivo de la protesta en Barcelona.
“Este es un fenómeno reactivo. Los residentes locales perciben al turismo como algo que los amenaza en su vida diaria y que empieza a afectar su calidad de vida. Y aunque el ‘overtourism’ es un concepto investigado, lo que está empezando a pasar es que este sentimiento comienza a organizarse”, ilustra Javier Labourt, psicólogo especializado en viajes que actualmente está viviendo en Barcelona. Para él, esta organización busca disuadir a los turistas generando entornos hostiles.
Sin embargo, esta es solo una de las formas de reacción. La otra es directamente huir del lugar, mudarse a otro destino más tranquilo. “Son las dos reacciones básicas del ser humano frente a la amenaza: pelear o huir”, analiza.
Así como existe el concepto de “gentrificación”, que alude a un proceso de renovación y reconstrucción urbana que sucede cuando un grupo de personas de clase media o alta desplaza a los habitantes más pobres de determinadas áreas, también se comienza a hablar de una “turistificación”. Para Labourt, el índice más claro para medir esto es el precio promedio del alquiler, que en Barcelona lleva un tiempo en alza y que recientemente alcanzó un nuevo récord (casi €1200 mensuales). A su juicio, una de las causas de este fenómeno hoy son los nómades digitales, personas que se establecen en un lugar por entre seis meses o un año, y a quienes hoy van dirigidas gran parte de las oportunidades de alquiler.
Ciudades invadidas
Más allá de Barcelona, este sobreturismo también se aprecia en otras partes del mundo.
La ya mencionada Venecia es un caso conocido. Quienes hayan visitado recientemente esta ciudad italiana se habrá cruzado con carteles que incitan a los turistas a volver a sus casas. Con apenas 50.000 habitantes y 30 millones de personas que la visitan al año, sin duda está saturada. Por eso, ha implementado un impuesto turístico para visitar la ciudad, que las autoridades locales están considerando duplicar para 2025 llevándolo a €10.
En Grecia, Atenas esta poblándose de grafittis que les dicen “go home” a los turistas y ya se han producido sucesivas marchas de protesta. Y mientras en 2023 recibieron unos 7 millones de visitantes y este año se estima que serán un 20% más, el gobierno estudia restricciones a cruceros y un aumento de las tarifas de atraque.
Por fuera de Europa, Phuket, en Tailandia, ofrece un asombroso promedio de 118 turistas por cada residente permanente. Y así, las playas paradisíacas se degradan a gran velocidad, con basura por doquier, aguas que dejan de ser cristalinas y fauna que abandona su hábitat.
Y en Japón, el pueblo de Fujikawaguchiko debió colocar una barrera negra de más de 20 metros de largo para bloquear una de las vistas más populares del Monte Fuji. Es que cientos de visitantes acudían por día, apoderándose de la calle, fumando en lugares no permitidos y hasta trepando sobre las casas para lograr una mejor foto.
Un turista consciente
La idea no es dejar de viajar, sino ser un turista consciente, que genere el menor impacto posible en la sociedad y el ambiente. Para eso, hay ciertas reglas a tener en cuenta.
Para Constanza de la Cruz, socia de la agencia Madzen, especialista en marketing integral y desarrollo para la industria turística, “el turismo debería volver a ser una actividad humana para expandirnos culturalmente”. Para esto, propone acciones como informarse antes de viajar, para saber qué se quiere visitar y cómo deberíamos comportarnos. También, poner énfasis en comprar local, tanto experiencias como productos.
Además, recomienda prestar atención a las certificaciones de los hoteles, que pueden indicar qué tan sostenible es ese alojamiento. En Argentina, por ejemplo, Hoteles más Verdes nuclea a aquellos que buscan la conservación y mejora del patrimonio cultural y natural del destino, al tiempo que realizan acciones de responsabilidad social.
“Y, fundamentalmente, hay que tratar de tomarse en serio el viaje. Tomarlo con respeto y tratar de generar el menor impacto posible. Debemos seguir viajando, porque es un vehículo de paz, pero podemos ayudar a que sea de forma más consciente y sin generar estas brechas que empiezan a verse en los destinos saturados”, sintetiza.
Para Labourt, el turista debe entender que es parte de un ecosistema, y al serlo debe cumplir con ciertas conductas. “Cada viaje es una posibilidad de cambio, de salir de nuestra zona de confort. Esto también implica una preparación y una responsabilidad del viajero hacia el lugar al que va. La idea no es ser disruptivos, sino vivir en sintonía con el entorno”. Esa convivencia armoniosa también logrará que el destino mantenga su identidad y el encanto por el que fue elegido. Una propuesta ganadora para ambos lados de la ecuación.