¿Quién fue Lola Mora?
Talentosa, misteriosa y empoderada. Si bien continúa la polémica sobre su fecha y lugar de nacimiento, su sobrino bisniento y biógrafo asegura que era tucumana y llegó al mundo en abril de 1867. En esta nota, celebramos y homenajeamos a esta gran escultora de nuestro país
¿Nació en 1866 o un año después? ¿En abril o en noviembre? ¿En Tucumán o en Salta? Si bien ambas provincias se disputan el lugar de nacimiento y se duda de su fecha, Pablo Mariano Solá (sobrino bisnieto y biógrafo), confirma que Dolores Candelaria Mora Vega, más conocida como Lola Mora, llegó al mundo en abril de 1867, en la provincia de Tucumán. Luego se cuenta que fue bautizada en la localidad salteña de El Tala, y que por disposición de sus padres -si bien no pertenecían a las grandes familias del norte argentino y conservaban un modesto nivel de vida- se mudaron al jardín de la republica.
También se dice que ella siempre se sintió tucumana. En esas tierras precisamente, la pequeña Lola comenzó sus estudios primarios, en el Colegio Sarmiento, y su vocación de artista afloró temprano, destacándose en materias como dibujo y piano.
Fue la tercera de siete hermanos: tres varones y cuatro mujeres. Lola crecía, estudiaba, dibujaba, enhebrando los sueños y metas de una adolescente de fines del siglo XIX. Sin embargo, a la edad de 18 años, recibió el primer gran golpe de la vida: en 1885, sus padres fallecieron con una diferencia de dos días. Ella por neumonía y él por un ataque al corazón. Lola, a partir de ese momento, quedó bajo el cuidado del marido de su hermana mayor.
Sus comienzos
Dos años después del trágico final de sus padres conoció al pintor italiano Santiago Falcucci. Con él, Lola Mora tomó varias clases en las que profundizó sus conocimientos de pintura y dibujo. Sobre todo, las técnicas que venían del neoclasicismo y el romanticismo europeos. A partir de ahí, y algo bastante peculiar en la historia de una mujer de aquella época, la joven Lola comenzó a retratar a distintas personalidades de la alta cuna tucumana. De este modo, ingresó a cierto círculo del poder de aquella provincia y los diversos encargos no se hicieron esperar.
En 1894, exhibió por primera vez una gran colección de todos aquellos retratos de los gobernadores tucumanos que produjo hasta el momento. La muestra recibió muy buenas críticas y de alguna manera la puso en el mapa del escenario pictórico como una destacada artista. Más tarde, donó esta misma colección íntegramente a esa provincia del norte. Su maestro Falcucci expresó una vez: “Era la copia de una fotografía, pero tenía todo de propio, de individual en la factura”.
Aprovechando ese éxito, viajó a Buenos Aires para solicitar una beca y perfeccionar sus estudios en Roma. La ganó y allí se fue a estudiar con el pintor Francesco Paolo Michetti y con el escultor Giulio Monteverde, quien era conocido por aquel entonces como “el nuevo Miguel Ángel”. Monteverde observó el gran talento que Lola tenía para esculpir que le aconsejó no abandonarlo. Lola, entonces, sí abandonó la pintura para convertirse puramente en una escultora.
Después de cosechar otros éxitos artísticos en distintos países de Europa (en París logró ganar una medalla de oro por sus piezas), volvió a la Argentina 1900. Con su retorno, también volvieron los encargos.
De su vida íntima se sabe poco y abundan los rumores. Algunos dicen que fue la amante de Julio Argentino Roca, un gran amigo y mecenas de Lola. También se dijo que la artista tenía inclinaciones bisexuales. Lo cierto es que a sus 42 años se casó con un empleado del Congreso Nacional, Luis Hernández Otero, 17 años más joven que ella, y de quien se separó a los cinco años de casada.
Su obra
Realizó los bustos de varias personalidades de la política y la aristocracia argentina, como Juan Bautista Alberdi, Facundo Zuviría, Aristóbulo del Valle, Carlos María de Alvear y Nicolás Avellaneda. También trabajó con las alegorías: las estatuas de La Justicia, El Progreso, La Paz y La Libertad, en las cercanías a la Casa de Gobierno de la Ciudad de Jujuy, y algunas esculturas en el Monumento Histórico Nacional a la Bandera, en la ciudad santafesina de Rosario.
Por supuesto, fue quien realizó la emblemática Fuente Monumental de las Nereidas, que representa a estos seres mitológicos que asisten al nacimiento de la diosa Venus, para ser dispuesta en la Plaza de Mayo de la Ciudad de Buenos Aires, justo frente a la Catedral. El problema es que este conjunto de divinidades de la mitología romana mostraba la desnudez de los personajes femeninos. Los moralistas de ciertos sectores porteños sostuvieron su descontento. Es por eso que, para evitar el escándalo, se la emplazó en la Costanera Sur.
La propia artista expresó: “No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura”.
Otras de sus notables obras son los altorrelieves que le encargó el Gobierno Nacional, con motivo de la remodelación que estaba en marcha en la Casa Histórica de Tucumán. Allí, representó el 25 de mayo de 1810, en los balcones del Cabildo de Buenos Aires.
“En cuanto a los personajes, este relieve revela un mosaico de tipos porteños del momento, tanto personajes de abolengo como integrantes del pueblo. Todos ellos forman grupos que enriquecen la composición y contribuyen a romper con el acartonamiento del relato histórico convencional. Además, es muy significativa la figura del balcón en 1800. La vida era muy intimista, todo transcurría en el interior de las casas, y los balcones eran un contacto con el mundo exterior. Todo lo que pasaba, pasaba por la Plaza, de modo que estos dos espacios eran fundamentales”, comentan desde la Municipalidad de San Miguel de Tucumán.
Con respecto al otro altorrelieve de la Declaración de la Independencia del 9 de Julio de 1816, en el interior del Congreso de Tucumán, señalan: “A diferencia del anterior, esta muestra un espacio interior en el que se puede ver el mobiliario de la época. El trabajo del cortinado da cuenta de la maestría de la autora. Un dato de color lo proporciona la licencia artística que tomo Lola Mora, al dotar a una de los congresales retratados, con la figura de Julio Argentino Roca, su protector y mecenas. Tanto por las dimensiones como por la calidad de su ejecución, estas piezas de bronce constituyen ejemplos casi únicos en su género en Argentina”.
Otras de sus obras se pueden apreciar en el acceso a la capilla de la bóveda de la familia López Lecube, en el Cementerio de la Recoleta. Son dos figuras realizadas en mármol: una en actitud meditabunda y otra mirando al infinito. Una de las figuras tiene uno de los sostenes del vestido caído, dejando su hombro un tanto descubierto. Las señoras de la época, otra vez, presentaron reclamos al Director del Cementerio para solicitar el retiro de esa estatua por considerarla “obscena”, ya que no se trataba de una obra destinada a un lugar sacro.
El ocaso
Se sabe que el ocaso de su carrera artística vino también de la mano con la separación de su marido, Luis Hernández Otero, en 1917. A partir de ahí, ya casi nadie le ofreció encargos ni trabajos. A los 65 años, con una salud muy frágil, vivía con sus sobrinas. La Cámara de Diputados, por su parte, le otorgó una pensión en honor a sus años de gloria. Sin embargo, Lola Mora murió el 7 de junio de 1936, antes de cobrar el dinero.
“El decidirse por el arte ya había significado una proeza, recordemos la fecha de sus comienzos y su actuación inicial. Mujer y escultora parecían términos excluyentes. Los prejuicios cedieron, sobrepujados por la evidencia de su obra”, dijeron en la prensa nacional. Así la despidieron, no solo como una gran artista, sino también como una gran mujer que supo hacerse un lugar en un mundo de hombres.
En su memoria y a modo de homenaje, se instituyó oficialmente el 17 de noviembre (supuesta fecha de su natalicio), el Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas.